SOBRE

N11

PANORAMA

La dimensión oculta de los alimentos

2025

LA DIMENSIÓN OCULTA DE LOS ALIMENTOS

Artur Roig Pérez y Eulàlia Gomez Escoda

Artur Roig Pérez

Universitat Politècnica de Barcelona
artur.roigp@gmail.com

Eulàlia Maria Gomez Escoda

Universitat Politècnica de Barcelona
eulalia.gomez@upc.es

 

Recibido/Submitted: 14/09/2024 | Aceptado/Accepted: 10/12/2024
DOI: 10.30827/sobre.v11i.31554

Citar como: Roig Pérez, Artur; Gomez Escoda, Eulalia Maria. 2025. “La dimensión oculta de los alimentos”. SOBRE 11. https://doi.org/10.30827/sobre.v11i.31554

Cite as: Roig Pérez, Artur; Gomez Escoda, Eulalia Maria. 2025. «The Hidden Dimension of Food”. SOBRE 11. https://doi.org/10.30827/sobre.v11i.31554

THE HIDDEN DIMENSION OF FOOD

ABSTRACT: This article provides an overview of the processes involved in harvesting, processing and selling four different types of food. The research explains the form of Barcelona from the textual and graphic reconstruction of the territories, landscapes, and architectures that host food production processes; the routes travelled, and the means of transport utilized to distribute it; and the squares and markets where it is offered to the public. This comprehensive examination of the various stages through which food is transported and distributed offers a novel approach to understanding the interrelationship between urban architecture and the city. It prompts a reflection of the underlying temporal and spatial dimensions of food provisioning in a metropolis.

KEY WORDS: food, essential commerce, food commerce, food urbanism

RESUMEN: Este artículo describe los procesos de recolección, procesado y venta de cuatro alimentos. La investigación explica la forma de Barcelona a partir de la reconstrucción textual y gráfica de los territorios, paisajes y arquitecturas que acogen procesos de producción de la comida; las rutas recorridas y los medios de transporte empleados para distribuirla; las plazas y mercados en los que se ofrece a la ciudadanía. Esta observación minuciosa de los escenarios por los que transcurren los alimentos compone una nueva manera multiescalar de mirar y explicar la arquitectura y la ciudad destinada a abrir la reflexión sobre los tiempos y las distancias latentes en el aprovisionamiento de comida de las metrópolis.

PALABRAS CLAVE: comida, comercio esencial, comercio alimentario, urbanismo de la alimentación

SECCIÓN PANORAMA
SOBRE N11 01/2025

 1. Introducción

El desarrollo de los sistemas postindustriales de abastecimiento de alimentos es paralelo a la explosión de la ciudad moderna. Paradójicamente, en las culturas resultantes, la relación de la ciudadanía con la comida se ha vuelto pasiva: para muchos, comer es simplemente un acto para obtener energía para el funcionamiento diario (Flood y Rosendthal, 2019). Sin embargo, la forma en que los hogares se abastecen de alimentos – las distancias recorridas, los medios de transporte utilizados, el tipo de alimentos comprados y los lugares donde se realizan las compras – influye en la forma de la ciudad y es diferente para cada tipo de tejido urbano (Gomez-Escoda y Fuertes, 2024a).

Comprar alimentos y comer son actividades cotidianas que catalizan la producción del espacio urbano y la forma en que se experimenta (De Certeau, 1980). Como otras prácticas espaciales, son «modos individuales de apropiación frente a modos colectivos de administración de la escena urbana» que se acompasan siguiendo diferentes ritmos que, a su vez, son consecuencia de diversas formas de patrones y repeticiones lineales o cíclicas que combinan novedad y diferencia (Lefebvre, 1947).

A lo largo de siglos, el comercio de comida ha ocupado un lugar central en la vida y las prácticas sociales urbanas (Parham, 2015). A principios del siglo XIX, en muchas ciudades europeas se construyeron mercados que tomaban formas de cubiertas precisas que filtraban la luz hacia espacios de dimensiones majestuosas que cobijaban las mercancías efímeras que se ofrecían en su interior (Fuertes y Gomez-Escoda, 2018). La monumentalidad de estas arquitecturas era reflejo de la importancia que se daba entonces a la alimentación, y los mercados representaban la síntesis entre el mundo rural y el urbano: los agricultores que vendían sus cosechas en las naves personalizaban la presencia de paisajes productivos en pleno centro de la ciudad.

En la segunda mitad del siglo XX, la mayoría de estas estructuras quedaron obsoletas en muchas metrópolis (Guàrdia y Oyón, 2005), no porque ya no fueran funcionales, sino porque no encajaban en la naturaleza del espacio público a su alrededor ni la actividad económica que daba forma a los centros urbanos modernos. Progresivamente los vendedores de comida dejaron de ser los propios productores, los lugares de abastecimiento de alimentos dejaron de ser punto de encuentro entre campo y ciudad, y la subsecuente multiplicación pasos de la cadena alimentaria resultó en una fractura del vínculo entre lo que la ciudadanía comía y el territorio que la abastecía (Fuertes y Gomez-Escoda, 2022).

Las metrópolis son hoy epicentros de la revolución gastronómica (Ascher, 2005) en los que la comida determina el tiempo y el espacio (de Solà-Morales, 2006), y es una referencia constante a lo largo del día que dicta los horarios de apertura de los comercios, los desplazamientos, las reuniones, los horarios de los amigos y del trabajo, las vacaciones y los fines de semana, las opciones de economía doméstica y los estilos culturales (O’Connell et al., 2022). La comida ocupa de nuevo calles y plazas, de modo que los mercados temporales al aire libre, los festivales gastronómicos y las terrazas de bares y restaurantes ocupan el espacio público y lo llenan de olores y sabores. Al mismo tiempo, las plantas bajas ofrecen un telón de fondo repleto con una gran variedad de tiendas de venta de alimentos: clasificadas por las normativas locales en función de lo que venden, de su superficie, de sus horarios de apertura; cada tipo de establecimiento responde implícitamente a diferentes formas de comer. 

Más allá de las aceras, tras los rótulos y escaparates y las tiendas que rebosan con sus mostradores la comida hacia la calle, una serie de arquitecturas e infraestructuras condicionan la forma en que llegan los alimentos a la ciudad. Eve Balfour, educadora y pionera de la agricultura ecológica, exigía poner la atención a la comida más allá de los propios comestibles: «el tema es la alimentación, que concierne a todos; es la salud, que concierne a todos; es el suelo, que concierne a todos» (Balfour, 1943, p.7). Y para que las ciudades puedan garantizar el acceso a la comida saludable, también las materias primas, y los procesos tras su cosecha o producción, que influyen en los alimentos, deben someterse a escrutinio. En palabras de Xavier Monteys (2022):

(…) tres cosas a las que debe aspirar una ciudad: aire limpio y respirable, por supuesto, pero también agua buena y de buen sabor del grifo y, además, pan de calidad con todo lo que ello conlleva, el origen de la harina, la cosecha y la calidad. Aire, pan y agua, tres cosas que podrían tomarse como principios urbanizadores.

Este artículo propone desvelar la huella que cuatro alimentos – el pan, la alcachofa, el salmón ahumado, el queso vegano – imprimen en el territorio, la ciudad y la arquitectura a partir de la observación precisa de la superposición en el tiempo y el espacio de diversos pasos en la cadena alimentaria. Cultivo y recolección, preparación, transporte, suministro y almacenaje previos a la venta, a menudo ocultos a la ciudadanía, se muestran de manera detallada para construir una nueva mirada sobre las formas de aprovisionamiento de alimentos, a modo de atlas visual que muestra el impacto territorial de la comida, a la vez que lleva a cuestionar los modelos productivos, las relaciones sociales y la ecología de rutas y espacios relacionados con los procesos descritos (Hayden, 1995).

 

2. Medir distancias y tiempos en el abastecimiento de comida

La observación a las formas de abastecimiento de comida permite abordar entornos arquitectónicos domésticos y urbanos que responden al mismo tiempo a ritmos lineales – tiempos cuantificados y fragmentados, impuestos por la tecnología, la industria y el consumo –a ritmos cíclicos – determinados por la naturaleza, visibles en las estaciones y en el paso entre el día y la noche – o a movimientos polirrítmicos – diferentes ritmos conjugados simultáneamente –. Los textos y dibujos resultantes desenmascaran y fijan sobre el papel esa observación de lo cotidiano, exaltando la belleza de lo que «siempre ha sido repetitivo y velado por la obsesión y el miedo» (Lefebvre y Levich, 1987).

La investigación utiliza, como herramienta principal, el dibujo detallado en dos y tres dimensiones para representar arquitecturas, ciudades y territorios. Medir y dibujar los procesos tras el aprovisionamiento de alimentos significa representar las distancias, los tiempos y los lugares que intervienen en ellos.

Producir mapas y no cartografiar – mapping vs. mapmaking (Brotton, 2013) – requiere perfeccionar la capacidad de sintetizar y traducir la información espacial efímera en una forma permanente y reproducible. La interpretación capta la mirada única de quien elabora el dibujo mediante un gráfico que permite una comprensión espacial de las cosas, los conceptos, las condiciones, los procesos o los acontecimientos (Harley y Woodward, 1987). El resultado es un objeto físico que es, a la vez, una obra de arte y una síntesis de algo tan inmenso que resulta insondable; algo sujeto a principios científicos, pero al mismo tiempo lleno de convenciones, códigos y abstracciones (Robinson, 1952); algo que ofrece una comprensión espacial pero que mantiene su capacidad explicativa incluso con las transformaciones que sufre la ciudad a lo largo del tiempo (Gomez-Escoda, 2023).

Esta aproximación basada en el dibujo continua con la tradición de los trabajos académicos impulsada desde el Laboratorio de Urbanismo de Barcelona en los años 80, que se enfrentó al «problema de expresar el conocimiento a través de la realización de mapas», de modo que los resultados se inscribiesen «en una cierta voluntad superrealista que busca en la selección y valoración precisas de partes y elementos del todo real una nueva interpretación (y también una visión crítica) del territorio. Dibujar es seleccionar, seleccionar es interpretar, interpretar es proponer» (de Solà-Morales y Parcerisa, 1981).

 

3. Desvelar la dimensión oculta de cuatro alimentos

Los siguientes párrafos despliegan los resultados de una investigación minuciosa, construida a partir de trabajo de campo que ha permitido medir y fotografiar las infraestructuras envueltas en los procesos de producción, y establecer contacto para entrevistar a los agentes implicados en la cadena procesado de los alimentos. Los textos sintetizan los hallazgos plasmados en un acto de dibujo hiperrealista consciente e informado, destinado a explorar las formas de representar lo excepcional subyacente en el acto ordinario de la compra de alimentos en las metrópolis1.

 

3.1 La alcachofa: del delta del río Llobregat a un puesto en el mercado próximo

La alcachofa se cultiva en zonas de clima templado; brota de la cepa cada año después del invierno y crece hasta los 60-80 cm. El resultado es una flor formada por hojas verdosas, que van formando capas hacia el exterior, de geometría ovalada, tallo romo y piel parecida a la de un lagarto. Se cultiva originariamente en el Mediterráneo, pero sobre todo y específicamente en el parque agrario del Llobregat, donde los campos de alcachofas ocupan el 18,9% de la superficie productiva, 359 hectáreas, y donde su cultivo está documentado ininterrumpidamente desde el siglo XVI (Codina, 1971; Montasell, 2012).

El cultivo de la alcachofa convive en las explotaciones agrícolas con otros productos hortícolas, por lo que los trabajadores de las explotaciones – titulares de explotación y asalariados fijos y eventuales – y la comercialización – cooperativas, puestos de mayoristas, distribuidores, puestos de mercados o tiendas al por menor de campesinos productores – dedican en paralelo su esfuerzo a otros productos de la huerta. En una abstracción del número de puestos de trabajo directos relacionados mayoritariamente con este cultivo, la Alcachofa de El Prat ocupa cerca de trescientas cincuenta personas, más otras cincuenta en los procesos de comercialización.

La forma de cosecharla es manual: se corta la flor de la planta y se va depositando en cajas. Tractores u otras máquinas no son necesarias, puesto que de una sola cepa salen diferentes flores, hecho que complica la logística de recolección. El corte manual requiere más tiempo, pero convierte la cosecha en más respetuosa con el medio, y evita la siembra anual de los campos, pues una sola planta puede dar alcachofas durante tres años.

A lo largo del corto recorrido que la alcachofa dibuja entre el campo y la mesa, hay un elemento constante que condiciona el proceso: la caja donde se deposita tras la cosecha. Se trata de una caja de plástico de 36,5 por 60,35 centímetros, con una altura de 26,62. Cada una tiene una capacidad para aproximadamente 60 unidades, y está conformada con una serie de encajes para facilitar que se pueda apilar fácilmente.

Una vez cosechada y depositada en cajas, la alcachofa rastreada para este trabajo se transporta en un camión C3 hasta los almacenes de una cooperativa próxima, una nave de 53 por 21,5 metros que sirve de espacio de acopio a la que van a parar frutas y hortalizas que se cultivan en la zona, al tiempo que actúa como lugar de almacenaje de herramientas y materiales necesarios para el cultivo. Allí, el circuito se ramifica en dos destinos distintos: algunas alcachofas se venden in situ a un precio reducido a compradores particulares y vendedores de los mercados cercanos; el resto de la producción se clasifica y aquellas unidades que ofrecen mejor aspecto vuelven a cargarse en un camión, con una capacidad de 660 cajas – 39.600 alcachofas – con destino al pabellón logístico G del mercado mayorista metropolitano, Mercabarna2, a algo más de ocho kilómetros de distancia.

El pabellón se organiza a partir de un pasillo interior largo y recto interior con puestos de frutas y verduras a ambos lados. Ahí, la alcachofa queda expuesta hasta su compra por parte de distribuidores, tras la cual se apilan las cajas sobre palés y se cargan mediante toros o carretillas hasta las furgonetas, que de ahí las llevarán a los distintos puestos de los más de 90 mercados, o a los más de 12.108 supermercados y pequeños comercios alimentarios de la metrópolis (Gomez-Escoda y Fuertes, 2024b) (figura 1).

Figura 1: Cultivo, cosecha, recolección, distribución y venta de la alcachofa de El Prat. Artur Roig, 2022.

3.2 El pan: transportar harina a la ciudad para amasar a la vuelta de la esquina

Una planta baja en un edificio de viviendas; dos cristales separan el obrador del espacio urbano y, entre ellos, más de ocho metros de mostrador se muestran rebosantes de panes, bollería y pasteles; discreta, en una esquina, la caja de pago. A un lado de la pared de cristal, más de 40 metros cuadrados equipados con mesas y grifos donde se amasa y moldea el pan manualmente; tres hornos de suelo de 2,15 por 1,58 metros; dos cortadoras; y un almacén – para guardar harina, sal, azúcar y frutos secos – separado de la zona de venta para garantizar la perfecta conservación de las materias primas y evitar cualquier contaminación del exterior.

Al otro lado del cristal, una sala de ventas de 25 metros cuadrados, donde el pan está protegido por una vitrina para que los clientes puedan olerlo y verlo, pero no tocarlo; solo pueden hacerlo los propios trabajadores, siempre protegidos con guantes de plástico. La importancia que se da al proceso de producción queda clara a primera vista y es totalmente accesible desde la acera: se destina menos superficie a mostradores que a producción, respondiendo a una estrategia comercial respaldada por el arraigo que sigue teniendo el pan como alimento esencial en la dieta de la ciudadanía. Situada en la planta baja de un edificio que acoge a diez hogares, esta panadería alimenta diariamente a más de 1.000 personas (Crosas y Gomez-Escoda, 2020).

El pan rastreado y dibujado necesita un tiempo de producción de un día dedicado principalmente a las fermentaciones largas y repetidas. En un solo amasado se pueden elaborar entre cinco y siete unidades. Agua, harina, sal y levadura: con estas cuatro materias primas, se consigue una miga húmeda con unos alvéolos grandes y elásticos que, junto a una corteza crujiente y firme, conforman un pan redondo que se caracteriza por no contener aditivos ni conservantes. En el caso observado, solo harina y sal provienen de empresas externas y que requieren de un transporte rodado hasta los diferentes obradores. La fábrica que abastece la harina se encuentra a más de 70 kilómetros de las tiendas de la ciudad y tiene una extensión de 3.060 metros cuadrados. El trigo llega allí directo del campo, para limpiarse y humedecerse antes de ser molido. Tras 24 horas en reposo en una sala a temperatura ambiente, circula a través de un tubo hacia la sala de moler donde pasa por un banco de cilindros, versión contemporánea de un molino.

La harina resultante se traslada a los distintos silos, con una capacidad de 40.000 kg cada uno, donde se almacena hasta su distribución, para la cual se deposita en sacos mediante una máquina de empaquetado, se carga en un camión y se distribuye hasta las panaderías. En el caso estudiado, la harina recorre un par de kilómetros por la carretera C-25; a continuación, algo más de 70 kilómetros por las vías C-17 y C-31 hasta llegar a la B-20, Ronda de Dalt. Allí, toma la dirección Llobregat hasta la salida 6, Avenida del Tibidabo, para bajar la calle Balmes hasta llegar a la calle Aribau. En total, casi 80 kilómetros de distancia hasta llegar a la panadería donde se almacena hasta el proceso de amasado (figura 2).

 

Figura 2: Amasado y horneado de un pan redondo; en paralelo, producción de harina y distribución a la panadería. Artur Roig, 2022.

3.3 El salmón ahumado: de los fiordos del mar del norte a un polígono industrial periurbano

Ciento cincuenta gramos de salmón común envasados al vacío en plástico azul, conservados a bajas temperaturas, considerados un producto refinado de entre los refrigerados en cualquier supermercado. Cada año se importan toneladas de salmón procedentes de Escocia y Noruega, donde unas pocas empresas tienen acceso a licencias de pesca y cría de peces que se ahúman y envasan en la provincia de Barcelona, desde donde se distribuyen al territorio español.

El segundo productor mundial de salmones en piscifactoría tiene su planta ubicada en Kjerelva, un asentamiento entre los fiordos del sur de la provincia de Hordaland, Noruega, desde donde controla diferentes instalaciones repartidas por la zona. El largo camino del salmón estudiado en esta sección comienza en tierra firme en la nave, donde las crías de salmón pasan entre diez y dieciséis meses, sometidas a esmoltificación, un proceso mediante el cual se adaptan al agua marina y, mediante la regulación de iluminación en las instalaciones, también a las diferentes estaciones climáticas. Cuando llega a los 500 gramos, cada unidad se fotografía y vacuna para protegerla de bacterias marinas y se traslada a continuación a mar abierto, donde pasará en granjas marinas los días necesarios hasta llegar a los 5 kg de peso mínimo.

Las granjas marinas, jaulas circulares de unos 50 metros de diámetro y 30 metros de profundidad, deben su forma a la facilitación de la recogida de redes y a la búsqueda de una percepción visual continua entre exterior e interior del agua que encierran. Cuentan con pasarelas en su perímetro que facilitan su mantenimiento, resuelven la circulación humana y el anclaje con los elementos flotantes. En su centro sobresale un elemento metálico flotante que eleva una red superficial destinada a evitar que los salmones salten y escapen. Una arquitectura iceberg a la vista humana, hundida en el 90%.

Una vez que el salmón llega al peso mínimo, se retira de las jaulas y se transporta a un tanque en la nave, a unos 70 kilómetros, donde se electrocuta en agua fría para evitar que su carne se endurezca. Ahí se le retiran manualmente las vísceras y se limpia en profundidad, conservando cabeza, piel y aletas. A continuación, se carga en camiones frigoríficos donde se conservará a baja temperatura, pero sin congelar, y se transportará por carretera a lo largo de más de 3.000 kilómetros hasta Mercabarna, desde donde se enviará a una planta próxima para ser manipulado.

Ya en Barcelona, una serie de circuitos manuales separan la cabeza, filetean en dos grandes mitades y limpian en profundidad cada una de ellas. De ahí pasan a una desespinadora, se salan manualmente y se depositan en salas de curación. A temperaturas controladas, la sal irá penetrando despacio en la carne, a la vez que se irá expulsando el agua retenida. Una vez curado, el salmón se transporta a las salas de ahumado, donde se somete a un proceso de ahumado a baja temperatura, utilizando maderas nobles y hierbas aromáticas. Tras 24 horas de reposo, se corta, pesa y envasa al vacío para ser distribuido en los diferentes supermercados (figura 3).

 Figura 3: Cría de salmones en granjas marinas e importación para procesos de ahumado y envasado. Artur Roig, 2022.

3.4 El queso vegano: una actividad inesperada en un entorno @

El queso vegano es un alimento con baja demanda. Su producción a partir de procesos de fermentación de frutos secos requiere infraestructuras de poca superficie y maquinaria sencilla. El queso estudiado en esta sección se produce en un laboratorio que se infiltra en el antiguo tejido industrial del Poblenou de Barcelona, formando parte esencial de una comunidad compuesta por diferentes negocios y grupos de investigación que comparten un espacio de coworking, autodefinidos como «laboratorio urbano de sostenibilidad», con el objetivo claro de reducir la huella de carbono en el espacio de trabajo. Ubicados en un edificio bioclimático insertado en el patrimonio industrial existente, el centro traduce su compromiso ambiental en la forma de su arquitectura, con un jardín cubierto a modo de invernadero con plantas comestibles, con un espacio de 90 metros cuadrados para el cultivo en torres de aeroponía, con sistemas de recogida de aguas grises para regar el jardín, y con métodos de climatización pasiva en los cerramientos y envolventes.

La producción de quesos tiene lugar en un pequeño edificio de dos plantas, con una pequeña terraza orientada al chaflán. En su interior, se sitúan la tienda y el obrador, dividido en tres zonas aisladas entre ellas. En la primera se realizan las mezclas, se generan las pastas con los instrumentos para triturar y se colocan las mezclas en los moldes. La segunda, separada de la primera por una puerta, es una cocina convencional con una campana de extracción de humos, un horno y una zona de lavado de materiales. No interviene en el proceso de producción del queso vegano, sino que se utiliza para cocinar comidas para los trabajadores y para el lavado y desinfección de materiales. La tercera y última zona, situada en el segundo piso, es donde se realizan pruebas de maduración de las masas de quesos a diferentes temperaturas y porcentajes de humedad. Uno de los espacios es la cámara de maduración con una humedad interior constante del 15% y una temperatura de entre 24 y 27 grados centígrados. En el segundo espacio, justo al lado de la cámara, se dejan madurar los quesos a temperatura ambiente entre dos semanas y un mes. En el segundo piso, separado por una puerta, hay también una habitación que se utiliza como almacén, equipada con un sistema de tratamiento de agua por luz ultravioleta para reducir, al máximo, las impurezas de la red general. En total, son 88 metros cuadrados útiles de obrador, que produce según demanda, sin dejar productos en conserva o en almacenaje. En el mismo establecimiento se prepara, se empaqueta y se deja listo el queso para la recogida y su distribución (figura 4). La escala doméstica de la producción ha caracterizado el producto desde el inicio, cuando el queso vegetal se distribuía solo a restaurantes y tiendas locales. El lugar de fabricación no ha cambiado y, con el salto de las ventas a escala nacional e internacional, mantiene su proximidad con la materia prima originaria y se aleja, en cambio, de los puntos de venta.

Figura 4: Producción de un queso vegano a partir de la fermentación de anacardos en un altillo del 22@, Barcelona, y sistema de distribución. Artur Roig, 2022.

4. Conclusión

Las infraestructuras y elementos urbanos que componen el sistema abastecimiento alimentario garantizan el acceso a la comida fresca y, en primera instancia, califican la suficiencia de un territorio en relación con la comida. El diseño y la distribución territorial de los elementos que componen el sistema – paisajes productivos, logísticos y de distribución; vías marítimas, férreas, rodadas; tiendas de ultramarinos, supermercados y mercados – determinan el buen comportamiento y la optimización de estos locales esenciales. Sin embargo, estos lugares imprescindibles, para el desempeño del abastecimiento alimentario cotidiano, a menudo quedan ocultos o fuera del interés de la ciudadanía.

El análisis de los cuatro alimentos – la alcachofa, el pan, el salmón ahumado y el queso vegano – revela diferencias marcadas en la complejidad de sus procesos productivos y logísticos. Si bien no pueden considerarse lógicas representativas para explicar la distribución de cualquier tipo de alimento, la diversidad de procesos que narran sirve para entender la complejidad del sistema de producción y distribución de la comida, en los que, para cada alimento, el tiempo, las distancias y el número de personas implicadas varían. Además, la investigación observa la relación entre puntos fijos de producción y venta, sin que con ello quede explicada la complejidad asociada que, el mismo alimento en otro origen o distribuido desde otro lugar, podría tener. Sin embargo, esta mirada concreta se considera suficientemente sólida para apelar tanto a la universalidad de la actividad cotidiana de la compra de comida como a la ecología subyacente en las cadenas logísticas.

La alcachofa presenta un ciclo relativamente local y sostenible, desde su cultivo en el parque agrario del Llobregat hasta su distribución en mercados y comercios cercanos. Este producto requiere mano de obra intensiva, con cerca de 350 personas implicadas en su cosecha manual y otras 50 en la comercialización. La corta distancia recorrida – de 8 a 10 kilómetros hacia Mercabarna – y el uso limitado de maquinaria pesada subrayan su bajo impacto energético, aunque la logística se ve condicionada por la manipulación manual y la necesidad de clasificar los productos en destino. La alcachofa es un producto estacional que puede usarse en recetas diarias que, por medidas y peso, puede llevarse del mercado a casa en recorridos medios a pie.

En contraste, el pan tiene un proceso menos local en cuanto a transporte de materias primas, pero más cercano en la distribución del producto final. La harina, el ingrediente clave, recorre casi 80 kilómetros desde su lugar de cosecha del trigo y procesamiento hasta la panadería urbana, donde el pan se elabora manualmente. Esta producción requiere menos energía mecánica y transporte pesado que otros alimentos estudiados, pero su complejidad radica en la producción artesanal y las largas fermentaciones necesarias para obtener un producto sin aditivos ni conservantes. Aunque su producción implica un número reducido de personas, la elaboración y cocción sigue siendo intensivo en tiempo y técnicas especializadas. Su presencia en la dieta diaria convierte el camino entre el hogar y la panadería en un escenario recorrido a diario.

El salmón ahumado representa el caso más complejo y de mayor alcance en términos de logística y energía. Su cadena de producción abarca más de tres mil kilómetros que se recorren en su mayoría por carretera, desde las granjas marinas en los fiordos noruegos hasta su procesamiento y distribución en Barcelona. Este proceso involucra una serie de etapas altamente industrializadas, desde la esmoltificación y el ahumado hasta el envasado al vacío. La cantidad de personas implicadas en esta cadena global es considerable y muchas etapas están automatizadas, de modo que esas personas trabajadoras que contribuyen a la producción quedan desvinculadas del resultado final. El elevado consumo energético en transporte refrigerado y en las instalaciones de procesamiento añade una carga ambiental significativa a cada uno de los procesos de la cadena. La presencia del salmón en la dieta acostumbra a ser puntual; su disponibilidad extendida en supermercados de diversos tamaños hace posible su incorporación a la compra en diversos formatos: ya sea la de emergencia en la tienda de la esquina; a la compra de fondo en un hipermercado al que se llega en automóvil.

Por último, el queso vegano se caracteriza por una logística y un proceso productivo notablemente diferentes. Su producción, localizada en un espacio urbano compacto en Barcelona, minimiza las necesidades de transporte al realizar todas las etapas – mezcla, fermentación, maduración y empaquetado – en el mismo lugar. Este modelo reduce la huella de carbono al emplear un edificio bioclimático y prácticas sostenibles. Aunque la producción es menos intensiva en términos de personas implicadas y maquinaria, la baja escala de producción responde a una demanda limitada, haciendo que su impacto energético sea más controlado. Pese a tratarse de un producto con un público limitado, su incorporación reciente entre la oferta de una cadena de grandes hipermercados lo convierte en un alimento que puede complementar la compra tanto en las tiendas especializadas como en aquellos supermercados más lejanos; también puede convertir en singulares las recetas de las comidas fuera de casa.

En conjunto, la alcachofa y el queso vegano destacan por sus circuitos locales y sostenibles, mientras que el pan se sitúa en un punto intermedio con un equilibrio entre producción artesanal y transporte externo. El salmón ahumado, en cambio, sobresale por la gran escala de su operación global y el elevado consumo energético que ello conlleva. Estos contrastes ilustran cómo la complejidad de un alimento puede variar enormemente según las distancias recorridas, los medios empleados y las infraestructuras necesarias.

La mirada disciplinar permite fijar de modo preciso dimensiones de los lugares implicados en el proceso de producción y distancias entre ellos y, sin embargo, deja de lado la atención precisa a los tiempos, las personas y la energía movilizados. Quedan mencionados parcialmente en el texto, pero no detallados con el mismo rigor, de modo que podrían ser objeto de investigaciones subsecuentes. De este modo, aunando alimentos, personas, interacciones, flujos, rutas, arquitecturas y fragmentos de ciudad, se construiría una mirada calidoscópica más completa.

A través de diferentes escalas y con diferentes técnicas – isometrías, plantas, diagramas – y pese a atender a casos muy concretos y a la geografía de Barcelona, se establece una manera de mirar y un lenguaje universal para representar, replicable a otros casos de estudio. Las cartografías del abastecimiento de alimentos que resultan de esta investigación, más allá del valor estético que comportan, son una herramienta que contribuye a evaluar cuantitativa y cualitativamente el acceso a la comida en un entorno urbano determinado, y abordan la discusión hacia cuestiones cruciales para las metrópolis contemporáneas: las relaciones de proximidad a los servicios esenciales, las desigualdades en la distribución, la soberanía cultural o la crisis climática (Gomez-Escoda y Fuertes, 2024a); cuestiones todas ellas decisivas en la redacción de políticas urbanas y en las decisiones de planeamiento y diseño en busca de ciudades más saludables.

Referencias

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Pies de página

1  La investigación sobre el trazado de los orígenes de los cuatro alimentos, así como los dibujos que se exponen a continuación, están basados en el Trabajo Final de Grado del Grado de Estudios en Arquitectura de Artur Roig Pérez, defendido en la ETSAB-UPC en 2022 y calificado con Matrícula de Honor. (Volver al texto)

Un 75% del total de la producción del parque agrario del Llobregat se comercializa en Mercabarna, desde donde también se exporta hacia distintos países europeos. Se estima que en el mercado mayorista se venden de media unos 11.000.000 kg de alcachofas. Un 40% de éstas provienen del Parc Agrari; un 57%, del resto del Estado español; y un 3%, de otras procedencias, fundamentalmente de origen francés. (Volver al texto)

LA DIMENSIÓN OCULTA DE LOS ALIMENTOS

Artur Roig Pérez

Universitat Politècnica de Barcelona
artur.roigp@gmail.com

Eulàlia Gomez Escoda

Universitat Politècnica de Barcelona
eulalia.gomez@upc.edu

 

Recibido/Submitted: 14/09/2024 | Aceptado/Accepted: 10/12/2024
DOI: 10.30827/sobre.v11i.31554

 

Citar como: Roig Pérez, Artur; Gomez Escoda, Eulalia Maria. 2025. “La dimensión oculta de los alimentos”. SOBRE 11. https://doi.org/10.30827/sobre.v11i.31554

Cite as: Roig Pérez, Artur; Gomez Escoda, Eulalia Maria. 2025. «The Hidden Dimension of Food”. SOBRE 11. https://doi.org/10.30827/sobre.v11i.31554