SOBRE
N11
PANORAMA
Gusto y territorio como definidores de identidad. La cultura a través de la lengua en Antoni Miralda
2025
María del Carmen Díaz Ruiz
María del Carmen Díaz Ruiz
Recibido/Submitted: 26/09/2024 | Aceptado/Accepted: 09/01/2025
DOI: 10.30827/sobre.v11i.31629
Citar como: Díaz Ruiz, María del Carmen. 2025. “Gusto y territorio como definidores de identidad: La cultura a través de la lengua en Antoni Miralda”. SOBRE 11. https://doi.org/10.30827/sobre.v11i.31629
Cite as: Díaz Ruiz, María del Carmen. 2025. «Taste and territory as definers of identity. Culture through language/tongue in Antoni Miralda´s production”. SOBRE 11. https://doi.org/10.30827/sobre.v11i.31629
TASTE AND TERRITORY AS DEFINERS OF IDENTITY. CULTURE THROUGH LANGUAGE/TONGUE IN ANTONI MIRALDA’S PRODUCTION
ABSTRACT: The artistic production of Antoni Miralda (Terrassa, 1942) has sought to show how food is a sign of identity of different cultures and territories that make up today’s society. Far from separating us or being exclusive traits, he understands that multiculturalism is an enriching process that allows tongues, languages, and flavors to mix, offering an unprecedented cultural enrichment.
KEY WORDS: Miralda, food, language, flavors, multicultural
RESUMEN: La producción artística de Antoni Miralda (Terrasa, 1942) ha buscado mostrar cómo la comida es una seña de identidad de las diferentes culturas y territorios que componen la sociedad actual. Lejos de separarnos o ser rasgos excluyentes, entiende que la multiculturalidad es un proceso enriquecedor y que nos permite que las lenguas, los idiomas y los sabores se mezclen, ofreciendo un enriquecimiento cultural sin precedentes.
PALABRAS CLAVE: Miralda, comida, lengua, sabores, multicultural
SECCIÓN PANORAMA
SOBRE N11 01/2025
La presencia de la comida en el arte y su representación han sido una constante desde el inicio de los tiempos. Los habitantes de las cavernas, en sus primeras manifestaciones artísticas de bisontes y ciervos, pasando por las Xenias griegas, trazaron un camino que llega en el barroco a su esplendor en la configuración de la naturaleza muerta como un género propio. Ese culmen llegará con las obras de Francisco de Zurbarán, Juan Sánchez Cotán o Michelangelo Merisi da Caravaggio.
Acercándonos al marco temporal de nuestro objeto de estudio, en este caso el siglo XX, son diversos los momentos en los que la comida y la acción de comer han tomado forma como un elemento relevante dentro de las diferentes corrientes artísticas y vanguardias. Uno de los grandes momentos para la conexión entre comida y arte será en el Surrealismo, donde el concepto de canibalismo conformará una idea sobre la que pivotará gran parte de su imaginario. La acción de devorar y apropiarse del otro a través del canibalismo, como modo de posesión, alcanzará su cenit en la producción de Salvador Dalí. Bajo la idea que supone el canibalismo, se cobija la pulsión sexual y la idea del amor fou, planteamiento que también compartirán artistas de la esfera surrealista como Andrè Masson o George Bataille. La acción de devorar al otro también tendrá su eco en Latinoamérica en el pensamiento de Oswald de Andrade cuando su Manifiesto antropófago vea la luz en 1928. En Italia con la publicación del Manifiesto de la cocina futurista en 1930, los futuristas propugnaron la transformación de la sociedad a través de los alimentos y sus elaboraciones.
Aproximarnos a los sesenta y setenta nos lleva, indiscutiblemente, a la figura de Daniel Spoerri y el Eat Art. En sus tableaux pièges, collages que recogen los vestigios que quedan tras una comida, se aprecia la huella de las relaciones humanas acaecidas durante su creación y nos habla de la participación y presencia del público como factor indiscutible para la existencia de la obra misma.
En la estela de Daniel Spoerri y la configuración del Eat Art, podemos insertar la producción de Antoni Miralda (Terrasa, 1942), quien consigue crear un lenguaje propio. Este artista multidisciplinar ha centrado su obra artística en la comida como elemento definitorio de la cultura, las intervenciones del espacio público y el concepto de Food Cultura. Activo desde la década de 1960, recibió en 2018 el Premio Velázquez de Artes Plásticas, otorgado por el Ministerio de Cultura y Deporte de España. A través de la comida, logra abordar diferentes temas asociados con el Mayo del 68, como son el antimilitarismo y la espectacularización de la cultura de masas. Antoni Miralda entiende la fiesta como elemento definitorio de la cultura y de la identidad de cada territorio. Es por ello que lo festivo también forma parte de su producción, fruto del contacto y conocimiento de otras culturas.
Al igual que en la cocina, el arte ha dejado tiempo atrás de representar imaginarios nacionales, estando en boga el entrelazamiento de culturas de diferentes puntos del globo. El arte en la actualidad se enmarca en redes que enlazan distintas puntos geográficos. Esta nueva concepción espacial a nivel mundial merece cierta reflexión. La ampliación del horizonte artístico es un aspecto fundamental, y así Miralda lo hace presente en su obra, combinando nacionalismo y territorialidad, pudiendo catalogar su producción como nomadismo. Es interesante ver cómo, cuando los teóricos empiezan a abordar esta relación entre naciones, algunos artistas ya la habían anticipado hace décadas. Miralda se puede enmarcar en varios cruces de vías: celebración del kitsch, exasperación icónica del arte efímero, de las performances en las que el Eat Art o arte comestible ha buscado, desde el trabajo de Daniel Spoerri un “nuevo realismo” dadá.
Los inicios de Miralda, alejados de la comida y la gastronomía, fueron decisivos. En sus inicios, fue pintor, fotógrafo y dibujante. Además, su experiencia como soldado en la España franquista hizo que dibujara soldados, y posteriormente los coleccionó, dando lugar a una de sus primeras obras, Soldats Soldés, soldados en un ejercicio de acumulación, con posiciones fijas, jugando con doble significado de soldés, rebajados, en venta. Son pura mercancía, son mercenarios.
En 1969 Miralda tiene la oportunidad de acudir a París y muestra sus soldats soldés para, posteriormente, mostrarlo en espacios públicos de Milán y Verona en un ejercicio de intervención en el entorno. En las fotos, los soldados van tomando, poco a poco, el espacio público y oficial. El baño de azúcar que poseen los soldados de plástico otorga un sabor dulce a la mirada. Se convierten así en una manera de entrevelar la época de la infancia del autor, donde la dictadura militar no dejaba de tener presencia.
Restany (1982) se pregunta, durante su breve monográfico sobre el artista, si el servicio militar que Miralda tuvo que cumplir durante la dictadura de Franco pudo determinar su forma de entender la cultura humana. Restany (1982) denomina al ejército «el gran devorador de hombres» y establece una conexión entre «la gran marea blanca» de sus soldados y el uso de materiales comestibles como el baño de azúcar y el merengue, las nubes, pasteles y, sobre todo, pan. El antropólogo Sidney W. Mintz1, en Sweetness and Power: The Place of Sugar in Modern History aborda la historia del azúcar como elemento desde el que analizar el poder en sus ramificaciones, del colonialismo a la esclavitud. Partiendo de esta concepción, los soldados (entendidos como símbolo de poder) han estado estrechamente relacionados con el azúcar. Ejemplo de ello es, como nos cuenta Cecilia Novero (2010)6 que, durante la Segunda Guerra Mundial, los soldados estadounidenses repartían, entre la población europea liberada, chocolatinas y chicles. Algo similar pasó con la Coca Cola, que conllevaba una conquista ideológica y patriótica consigo. Es interesante resaltar que Miralda ideó un proyecto en el que utilizaba latas de Coca Cola denominado Coca cola Polenta; Coke and Miss information (1987) destinado al Museo Guggenheim, que nunca se llegó a realizar.
Miralda va a París a comienzos de los años sesenta. En estos momentos, la ciudad de la luz es un importante foco cultural en el sobresalen planteamientos, como los propuestos por los Situacionistas con Guy Debord o las aportaciones de Jacques Lacan. Allí, Miralda entra en contacto con el Nouveau Realisme, movimiento que englobaba la producción artística contemporánea europea. El artista es hijo de su tiempo y todo lo que observa y aprende deja huella en su obra, en su producción. Tras la Segunda Guerra Mundial, planteamientos del dadaísmo como lo efímero, lo subversivo, lo irónico, o la nostalgia, serán directrices que estarán presentes en los universos artísticos de diversos artistas como Antoni Miralda. El devenir de los acontecimientos en los siguientes veinte años será clave en el cambio de pensamiento posmoderno.
Miralda utiliza la fiesta como exposición, con la idea de espectáculo latente en su pensamiento, como forma de participación. Se aleja, por tanto, de los museos y busca la participación activa del espectador en la situación-espectáculo, entrando en relación con el happening de los años setenta (recordemos que Miralda se instala en Estados Unidos en 1971), que toma forma en el clima de los Happening neoyorquiornos de los años setenta, donde crea acontecimientos y situaciones. En aquella época comienza a trabajar con la comida. Se inicia ya un Miralda que comienza a indagar sobre la preparación, los rituales que la acompañan, la dimensión paródica que logra a través de la publicidad, en fiestas o performances, elementos que utiliza para contar otra historia. El artista se interesa por los monumentos, máxima expresión del espectáculo. Los realiza en distintas intervenciones como una carroza de tres pisos cubierta de frutas, hortalizas, dulces y guisos que se pasea por la novena avenida de Nueva York hasta su intervención en el Palacio Grassi de Venecia, consistente en trescientos kilos de polenta teñida de negro (1978). También realizó en Kansas un desfile de alimentos gigantescos por el centro de la ciudad al igual que monumentos funerarios dedicados a platos favoritos (Cenotafios).
Lo monumental no se aplica sólo a objetos, sino que necesita de multitudes para realizar sus desfiles, banquetes o performances y la colaboración de diferentes entidades, como es el caso de los alcaldes de Barcelona o Nueva York. Un ejemplo fue la performance que unía a la estatua de la Libertad de Nueva York con la estatua de Colón en una ceremonia nupcial. La participación de colectivos como asociaciones cívicas, artesanos de la comida, guardia urbana, entre otros, fue clave. La monumentalidad, rasgo distintivo de Miralda, también se puede encontrar presente a través de recortes de publicidad, lo monumental de la publicidad urbana y su espejo en piezas de menos tamaño, como folletos o latas, elementos que componen el FoodCulturaMuseum, cuya realización tuvo en 2009 en PowerFoodLexicom en forma de libro (Miralda, 2009).
El concepto de fiesta, de celebración, posee una reinterpretación a partir del sentido festivo de Miralda. En breves líneas, la fiesta supone un paréntesis en la vida diaria del individuo inserto en una sociedad. Se produce una interrupción del trabajo, y afecta de forma especial a todos los ámbitos de la vida: comporta una vestimenta especial, una comida especial, unos adornos y una serie de rituales. Miralda se vale de la monumentalidad y los excesos en los banquetes y la festividad propuestos para lograr la adhesión de comunidades, asociaciones cívicas y movimientos culturales urbanos que asumen tradiciones, reubicándolas en la ciudad moderna y creando redes de interacciones transnacionales. La exageración y el gigantismo no llevan implícito olvidar los detalles.
Pero quizás una de sus puestas en escena más memorables sea la realizada con motivo del enlace entre la estatua de la Libertad de Nueva York y la estatua de Colón en Barcelona. Fue un ritual católico que proyecta su monumentalidad por la duración en el tiempo y en el espacio: desde 1986 a 1992. Además, altera las etapas. La luna de miel no es después de la boda, sino que se celebra antes de estar recorriendo ciudades que actúan como familiares y amigos ofreciendo regalos. Por ejemplo, la capa nupcial en el Museo de Arte Moderno de Filadelfia, el ramo y el velo de novia en la fundación Joan Miró de Barcelona, el traje de boda de Colon en Tokio o la colcha en Nueva York. Los regalos fueron exhibidos en diferentes ciudades, celebrándose el casamiento en Las Vegas, cuna de espectáculo en concepto de Debord.
Definido como etnoartista por Néstor Garcia Canclini (2010), Miralda acredita en su serie Sabores y lenguas (figura 1) su interés por la interculturalidad. Tras el estudio de las cocinas y sus rituales en sociedades de distintos continentes, cuestiona su sentido transcultural, como representación de una época en la que la globalización nos vuelve interdependientes y nos lleva a protegernos en agrupamientos regionales.
Figura 1: Sabores y lenguas, Antoni Miralda, 2007.
En Sabores y lenguas: 15 platos capitales, Miralda se pregunta sobre la Europa de comienzos del siglo XXI, formada por quince países, la desunión por las lenguas, tal y como lo evidencian el gran número de traductores en las cumbres políticas, y se cuestiona el papel de las comidas en el momento de decidir dónde van a ser intercambiados los alimentos, y se pregunta sobre si es la unión digerible. La investigación miraldiana, con gran minuciosidad e interés, analiza y recoge lo singular, las recetas, los ritos, objetos de cocina, de la mesa y de los mercados, lo que nutre y publicita el trabajo y la fiesta. Consigue así aportar una mirada lúdica a la antropología de la alimentación a la vez que consigue innovar en su relato museístico. Este proyecto fue el germen de FoodCulturaMuseum en el que, además de preservar tradiciones, registra un discurso que desmenuza y reelabora y reinterpreta. Consigue así considerar patrimonio cultural elementos tan dispares como vaca y coches gigantescos de Texas, el maíz o el espantapájaros o las bodas de elementos alejados.
En América Latina, también realiza el proyecto Sabores y Lenguas: 13 ciudades (2007), donde recoge platos de Bogotá, Buenos Aires, Caracas, La Habana, Lima, Managua, México, Montevideo, San Juan y Santo Domingo. América Latina supone un continente dividido por la misma lengua, por lo que no necesita tantos traductores como en el caso del Parlamento Europeo, pero las recetas cambian.
El lenguaje supone un rasgo tan definitorio de una cultura que, a veces, puede hacer de elemento excluyente. Miralda realiza una comida – banquete en Miami en el Centro Cultural Español, lugar donde se concentran una de las colonias latinas más importantes del mundo. Miami ya había servido al artista para, en los ochenta, explorar la “fotografía culinaria” de las ciudades latinoamericanas, la relación de los platos y los menús con el paisaje urbano, con las lenguas (modos de hablar y degustar). En exposiciones posteriores en Buenos Aires, Caracas, México y Montevideo, reunió recetas y refranes en los que la relación con los alimentos habla de la vida. Algunos ejemplos son «más perdido que un huevo frito en ceviche» o «salió más caro que el caldo de las albóndigas». El artista recoge esta sabiduría y, mediante el trabajo con artistas y escritores locales, lo plasma en una vajilla imaginaria o en exposiciones performances, modos que flexibiliza.
Como hemos visto, configura de nuevo operaciones básicas de la cultura: nombrar y clasificar, usar y reciclar, jugar con los materiales y los significados para renovar la comunicación. Tiene su propia idea de ritual, al igual que otros artistas del arte contemporáneo que, a veces, convierte en transgresiones. En el Happening, en las performances, en los intentos de sacar el arte de los códigos y las instituciones pertinentes, suele haber una densa ritualidad. No son rituales para cerrar, para fidelizar a un conjunto social, sino para abrir. Frente a los rituales de ingreso o de pasaje, muchos artistas proponen ritos de egreso, de emergencia. Miralda toma lo que necesita de varias tendencias para su objetivo: un juego ritual no conservador con distintos modos de hacer cultura.
En Wheat and Steak (Trigo y bistec), concibió un mini desfile de la ciudad e incluye en él la pirámide emblemática Tri-Uni-corn, formada por tres animales del American Royal. La carroza de la reina de la cosecha es construida durante diez días y está compuesta de manteca de cerdo real de color blanco, rosa y azul; los diamantes y la plataforma son de panes de colores y el faldón, de sacos de trigo de la marca Wheat and Steak. Una banda de músicos afroamericanos llamada Twenty Third Street Marching Cobras ponía la música en esta performance, acompañando la carroza. La intervención llega a su punto culminante en la ceremonia llamada Gold Taste, que tiene lugar en la sede de la Bolsa de Cereales de la Ciudad. El parque bursátil es el lugar que se convierte en pista de baile. Esta sala aséptica, con sus mesas alineadas, se convierte, por un tiempo, en lugar de otro tipo de transacciones, cuando es invadida por una gigantesca cabeza de buey, sacrificado en nombre del dinero y además, se transforma en el espacio para la proyección de un vídeo sobre la reproducción del ganado. Según Cecilia Novero (2010, p. 61), se obtiene lo contrario al fetichismo de la mercancía porque devuelve la vida al fantasma del animal que se había sacrificado en nombre de su valor de cambio: la Cosificacion del objeto de cambio -el ganado queda al descubierto y se materializa en forma de dios fetiche, mientras se produce un acto de desmaterialización inverso a la fetichizacion – velo de cambio- en virtud a la reproducción cinematográfica del ganado que se pasea como un fantasma por la misma sala en la que el animal encuentra su muerte. Novero señala que la obra de Miralda se introduce en el tejido social contemporáneo para llevar a cabo una reinterpretación activa. De esta forma, se produce un ejercicio de reinvención de las nociones de formación cultural, estructura ritual y modelo social, relacionadas con la creación del consumo artístico y para interactuar con ellas.
Las claves principales del arte efímero comestible son rasgos como la memoria, el tiempo y la historia. También, Miralda comparte estos ideales, sirviéndose para analizar las consecuencias violentas y productivas del poder, realizando una crítica a las narraciones actuales del pasado que se limitan a preservar en el presente la violencia pasada.
Hay artistas que trabajan el concepto de comida y video artistas contemporáneos (como Tacita Dean) que buscan ese deseo de archivo, de testimoniar este arte efímero. En cambio, Miralda, en su FoodCulturaMuseum, manifiesta una fuerza enciclopédica capaz de abordar gran número de historias consagradas de culturas y pueblo. El archivo no supone una forma de guardar el pasado, ni tan siquiera las obras, sino que se erige como una interfaz que nos posibilita pasar y enlazar de un contenido a otro, recorriéndolo, convirtiéndose en una colección inacabada y sin una lectura preeminente sobre la otra. El FoodCulturaMuseum (figura 2) comparte ciertos objetivos con el Arca del gusto del movimiento Slow Food, pero la diferencia con este radica en que su interés por devolverle la funcionalidad a costumbres y rituales cotidianos -desde el ámbito doméstico y local al universal- rompe con modelos de consumo y recepción habituales a la vez que desintegra los mapas territoriales de sabores y lenguas establecidos y con las herramientas y criterios para definirlo.
Figura 2: FoodCulturaMuseum, Antoni Miralda, 1997- hasta la actualidad.
Este carácter compilatorio lleva a reflexionar sobre preguntas acerca de la identidad, los orígenes y la territorialización o la desterritorialización. En Hannover, con motivo de la Exposición Universal del año 2000, Miralda fue invitado a crear un pabellón, cuyo tema central será la comida. Para esta ocasión, realizó la Infinity Table, en la que convive la presencia humana a través de la elaboración artesanal y el interés por conservar y registrar recuerdos y lenguas de una sociedad humana incompleta. En esta mesa coexisten el tiempo ilimitado de un extremo y el espacio ilimitado del otro. Hay una zona de la mesa donde, entre diversas cosas, cocineros profesionales preparan insectos en platos que ofrecen al público. Se encuentran separados, pero a la vez, unidos, ya que la mesa tiene forma del signo de infinito. Las coordenadas de tiempo y espacio se entremezclan.
Pero la obra en la que el pan tiene un peso más preeminente es Breadline (Línea de pan, 1977). Una línea de panes de colores levantados mediante un acto colectivo, a modo de frontera y muro de sesenta metros de longitud, divide en dos el espacio romboide del Museo en su diagonal mayor. La acción se divide en dos actos. En el primero, un grupo de animadoras, el más famoso de Estados Unidos, Las Kilgore College Rangerettes, ocupa el Museo de Arte Contemporáneo de Houston con sus números en serie al ritmo de una banda en vivo. Luego, colocaron rebanadas de panes de colores a modo de cimientos del muro, que terminarían de construir empleados del museo, añadiendo cada día nuevas rebanadas de pan fresco. La segunda parte consistía, una vez terminada la línea de panes de colores, en una exposición. En un extremo de la sala, frente a la entrada, se colocaron siete fotografías de macarrones ampliadas y monocromas. Un dato significativo es que la panadería en la que se hizo el pan se llamaba Rainbow (arcoíris). En cada uno de los extremos de la línea, se colocaron dos estrellas de azúcar con sendos rótulos de neón en los que ponían las palabras sal en rojo y azúcar en azul. En la esquina más alejada, entre las paredes con las fotos monocromas, se colocó una mesa de comedor vestida en la que, en vez de platos, había siete monitores de vídeo. En cada uno, se proyectaba un vídeo en el que se mostraba la preparación y posterior consumo de especialidades elaboradas en algunos restaurantes de la ciudad. Entre otros, se difunden dos películas. Una de ellas estaba dedicada a un establecimiento vegetariano que preparaba ensaladas al ritmo de música de Bahía (The Herbfarm), y la otra era sobre una cafetería afroamericana cuyo plato principal era la carne.
El color tiene también un papel importante. En la obra, están presentes los siete colores y el negro, siete establecimientos étnicos (contando a la panadería Rainbow) más el negro. En Breadline, el color predominante es el negro, como color de la explotación que permite que América pueda construir el sueño capitalista. El negro es el ausente en la historia americana, el color de los esclavos de cuyo trabajo depende el monocultivo del azúcar blanco (y del algodón blanco), se suma a la sinfonía de cocinas étnicas. En Breadline, el negro es el número 8, es el signo infinito que se pone de pie, es superior a los siete colores, los siete monitores/platos, los siete días de la semana. La barrera que separa en dos la sala remite también a la división de clases y razas, y a las líneas que delimitan el norte y el sur. La alegoría de la sal de la tierra y la negrura del azúcar sin refinar son deslumbradas por el blanco (im)puro de las estrellas americanas. Los panes de colores aluden a un mosaico de culturas; también hacen referencia a su origen militar, ya que fueron las Rangerettes quienes pusieron los cimientos después de extenderse en sus marchas, de aire militar y marchar juntas en formación.
La obra Breadline y su acción posterior albergan un gran número de las ideas que conforman el universo de Miralda. Sus actos tienen un significado tanto estético como político. Su producción ha preparado el terreno a muchos artistas que han seguido sus pasos (Rirkrit Tiravanija, Katherina Fritsch, Christian Jakowski, Michael Dorner, entre otros). La obra de Miralda se ha puesto al nivel de la de antropólogos, pero su labor se centra en lanzar una mirada crítica y reflexiva que alimenta a espectadores/ consumidores.
París supuso para Miralda un lugar irrepetible, creativo, lugar liberador y emancipador, en el que se pensaba que todo era posible. La idea de evento y la pérdida de materialidad en la obra, la importancia del tiempo y del espacio y la de propiciar la incorporación del espectador en usuario, son algunas de las características que buscaron los neovanguardistas. Es clave su encuentro con Pierre Restany, líder intelectual de los Nouveaux Réalistes, quienes seguían estrategias de apropiación de lo real mediante la defensa de «una fractura que permitiera propiciar un nuevo lenguaje, basado en la aventura objeto y en la afirmación de la cultura urbana»(Restany, 1982, p. 61).
A mediados de los sesenta conoce a Dorothée Selz, artista con quien, durante siete años, lleva a cabo sus primeros proyectos comestibles. En Traiteurs coloristes, crean un servicio de Catering especializado en el color. La primera comida instalación concreta, que sentaría las bases de su futura forma de trabajar, fue un banquete en rojo y naranja dedicado a Pierre Restany, que se celebró en la casa-estudio de Miralda y Selz. Los Traiteurs Coloristes transformaban las galerías de arte en cocinas y comedores y a los espectadores en participantes, comensales e interlocutores. No solo cocinaron para las galerías, sino que también trabajaban en contextos diferentes como en una playa nudista de Córcega. Colorear la comida también implicaba colorear el aparato digestivo y los excrementos de los participantes.
En los setenta, Miralda se traslada a Nueva York y, junto a la chef Montse Guillén, creó en el barrio de Tribeca el reconocido restaurante El Internacional, que abrió en 1984. Esta obra participativa, materializada en un restaurante y bar de tapas español, se convirtió en un icono del centro de Nueva York en los ochenta. Miralda vivió en Tribeca durante una temporada frente al restaurante Teddy´s y se interesó en la historia del establecimiento, que era frecuentado por la mafia. Eran frecuentes las visitas de artistas como Michel Basquiat, David Byrne, Julian Schnabel y Andy Warhol, que convirtieron El Internacional en uno de los lugares más populares del ambiente alternativo del downtown. La distribución interna del local vinculaba la concepción culinaria mediterránea con la historia gastronómica americana: cocina a la vista de los clientes, barras mostrando tapas y porrones, el bacalao como elemento decorativo emblemático. Un videomenú informaba sobre los productos que podía consumir en el primer Tapas-bar de Estados Unidos.
Las propuestas de Miralda pronto saldrán del contenedor que supone la sala de exposiciones. Como forma de subversión de la estructura cultural, utilizará la performance, un modo de realizar intervenciones efímeras con la participación de la gente. En 1967, en una exposición individual en la Galeria Zunini (París), solicitaba al público que abriera los muebles en cuyos cajones se encontraban soldados y se les pedía que intervinieran libremente en las coordenadas dibujadas en la superficie de los muebles o que los introdujeran en una solución de lejía como metáfora de eliminación de su color verde y eliminaran su cubrimiento, dejándolos blancos, sin banderas.
Poco a poco, va luchando para salir del espacio expositivo y coloca algunas obras en la acera de la entrada a la galería en la que, quien se enfrenta no es ya el público que asiste a la galería, sino la gente que transita por la calle. Estas obras han bajado del pedestal y compiten por ser atractivas con el resto de publicidad de la calle, con el monumento militar o con cualquier resto abandonado en la calle. Los siguientes proyectos siguieron trabajando en esta línea. Ejemplos son Embouteillages (Embotellamientos, 1968-1969) en la Place de la Concorde, hasta Essais d´améliorations, consistente en la intervención de cuerpos o monumentos. Hace uso de juguetes, artículo por antonomasia ligado a la infancia, pero juguetes relacionados con lo belicista, con la guerra. También hace, en esta época, uso de las telas de Jouy, con estampados dieciochescos pastoriles o florales con los que embalaba o tapizaba esculturas o muebles como decoración ideal o lo cubrían todo, como en el proyecto de la Galerie Boutique Germain de Paris (1971). Miralda, al descontextualizar, logra activar el poder semántico de un objeto anodino.
A finales de los sesenta, compaginó proyectos para ámbitos cerrados con intervenciones en ámbitos públicos, buscando siempre la participación de la gente. Lo efímero será una de las claves de su obra, como en Gâteau de l´anniversaire de l´amour (realizado junto a Dorothée Selz) o su Breadline en Houston. Este sentido efímero contagia a los elementos materiales de sus proyectos en ámbitos expositivos y mantiene un valor temporal de uso o escenográfico. Miralda concibe cada proyecto, exposición, como un estímulo para la participación y la experiencia. Por ello, una vez que tiene lugar, la experiencia pierde su sentido, no es necesario conservarlo. O desaparecen cuando se desmontan o finaliza, o bien caducan, consumiéndose en un ejercicio de entropía.
La dificultad de traducir lo que le provoca una imagen combina diferentes elementos a la hora de ofrecer su lectura, rica de matices en la que coexisten diferentes lecturas. La obra de Miralda, difícilmente, se presta a la reexposición. Solo tiene sentido en un contexto determinado y en un lugar determinado (site specific). La experiencia es irrepetible porque, como bien dice Isabel Tejeda, no emana del objeto sino del contexto social, temporal, físico, etc. Por ello, al cambiar de lugar expositivo, muchas veces sus obras no poseen la lectura para la cual nacieron, llegando muchas veces a ser destruida por no ser lo suficientemente elocuente.
En la práctica museológica, suele producirse esta situación con obras creadas para un lugar determinado y con un contexto determinado, denominados site specific y que, al trasladarse al cubo blanco o a cualquier lugar con pretensiones de neutralidad, conlleva la desaparición de su contexto original, hace que desaparezca la semanticidad sin la cual la obra no posee toda su significación, convirtiéndola en otra obra o, incluso, subvirtiendo su significado primigenio. En cambio, otras obras, por lo atemporal de su mensaje, consiguen traspasar esta barrera y mantienen su significado. Tal es el caso de algunas propuestas llevadas a cabo por Miralda como Food situation for a Patriotic Banquet. En ella, un banquete con una serie de bandejas de arroz de colores compone banderas de diferentes países. Durante el tiempo que permanece la instalación, el arroz va descomponiéndose, fundiéndose las bandejas en un único color.
En este punto, se nos plantea un punto de inflexión del arte contemporáneo acerca de su conservación y su exposición. La cuestión sobre cómo mostrar aquello que ha desaparecido, musealizar objetos que no fueron creados para tal finalidad o narrar manifestaciones que ocurrieron tiempo atrás, traduciendo fielmente la experiencia, albergan una gran dificultad. La reconstrucción de objetos perdidos, por ejemplo, ya que, aunque nuestra intención sea la correcta, lo resultante será una reproducción, una pieza nueva. La dificultad también está presente en aquellas obras que se dilatan en el espacio y en el tiempo, como en el caso de Honeymoon Project. La exposición se plantea, entonces, a nivel documental, ya que la experiencia no puede ser reconstruida. El material con el que se cuenta procede del interés documental del propio Miralda, especialmente con vídeos y fotografías, siendo la documentación como una reliquia, tal y como apunta Isabel Tejeda. Miralda ha documentado celosamente, desde su propia obra y los procesos que han vivido hasta las repercusiones que han tenido y la difusión en los mass media, con apariciones en el mítico Un, dos, tres de Mayra Gómez Kemp, hasta la presencia continua en los informativos que Miralda engloba dentro de su trabajo.
La idea de espectáculo y su inmersión artística contemporánea en la cultura popular, la cultura de masas, es otro de los aspectos a los que podemos prestar atención. Una de las particularidades del trabajo de Miralda se basa en la apropiación que hace de la cultura, mezclando a su antojo la baja y la alta cultura, lo europeo con lo latinoamericano, lo religioso y lo pagano. Pero su postura, en ningún momento, crítica hacia la instrumentalización de la cultura; entiende, con resignación, que debe acostumbrarse a la etapa en la que le ha tocado vivir.
La mezcla de culturas es uno de sus aspectos preferidos, ya que se concibe a sí mismo como nómada cultural, añadiendo todo lo que le gusta a su lenguaje y consiguiendo llegar también al mayor número de personas. También juega con los ritos, con la ceremonia, a veces tan arraigada en nuestro fuero interno que, mediante pequeños cambios, consigue dar una dimensión diferente sin llegar a perturbar la estructura original. Estos cambios se basan en lo innecesario, absurdo o cómico, la exageración, a través del color o del tamaño, del ámbito público, etc. Estas ideas no le han invalidado para participar en la galería o en el espacio privado cuando ha podido jugar con él, subvertirlo, y le han dado la posibilidad de un contacto directo con la gente y el espacio.
Miralda, a lo largo de su amplia trayectoria, ha combinado la herencia y los preceptos del Eat Art, pero ha evitado caer en la mera repetición. Desarrollar la capacidad para combinar lo aprendido a su propio discurso, incluyendo las ideas presentes en su contexto más cercano como la interculturalidad, y el ejercicio de revisar la historia, hacen de Miralda un artista capaz de aportar nuevos significantes y modos de entender el Eat Art.
Referencias
García Canclini, N.(2010). De la comida al monumento: lo intercultural más allá de los rituales. En AA.VV., Miralda. De Gustibus non Disputandum, Museo Nacional Centro de Arte Contemporáneo Reina Sofía y La Fábrica.
Mintz, S. W. (1985). Sweetness and Power: The Place of Sugar in Modern History. Viking.
Miralda, A. (2009). PowerFoodLexicom, Artium. Baluard.
Novero, C. (2010). Miralda: Volver las Tornas. En AA.VV., Miralda. De Gustibus non Disputandum, Museo Nacional Centro de Arte Contemporáneo Reina Sofía y La Fábrica.
Restany, P. (1982). Miralda! Una vie d´artiste. Àmbit.
Pies de página
1 En la página web de Sidney W. Mintz (http://sidneymintz.net/food.php) dedica un apartado a la Antropología de la comida recogiendo sus escritos a este respecto a la vez que se pueden consultar algunos de sus artículos. Consultado el 24 de septiembre de 2024. (Volver al texto)
GUSTO Y TERRITORIO COMO DEFINIDORES DE IDENTIDAD
La cultura a través de la lengua en Antoni Miralda
María del Carmen Díaz Ruiz
Recibido/Submitted: 26/09/2024 | Aceptado/Accepted: 09/01/2025
DOI: 10.30827/sobre.v11i.31629
Citar como: Díaz Ruiz, María del Carmen. 2025. “Gusto y territorio como definidores de identidad: La cultura a través de la lengua en Antoni Miralda”. SOBRE 11. https://doi.org/10.30827/sobre.v11i.31629
Cite as: Díaz Ruiz, María del Carmen. 2025. «Taste and territory as definers of identity. Culture through language/tongue in Antoni Miralda´s production”. SOBRE 11. https://doi.org/10.30827/sobre.v11i.31629