SOBRE
N11
ESTUDIO
El primer bocado
2025
EL PRIMER BOCADO
Eva, fruta, boca, hogar, pubis, culebra, Marisa V
José Joaquín Parra-Bañón
Figura 1: Tres sopas de peces de colores en jofaina sobre alcachofa asada, pájaros carpinteros y barreño con carpa acuchillada (o Eva y Adán bañándose en las aguas del Paraíso amenzazados por una navaja) a partir de Jannis Kounellis y Sebastian Stoskopff © autor, 2024.
SECCIÓN ESTUDIO
SOBRE N11 01/2025
El desayuno genesíaco se limitó a saborear una pieza de fruta. Tras la extenuante abstinencia de la creación, una vez que el caos se ordenó y fue destituido el vacío, la primera mujer, a la que unos llamaron Zoe y otros Eva y, a veces, mesopotámicamente Lilith o helénicamente Pandora, puesta en pie, abrió la mano para asir el fruto del árbol y comió rompiendo el ayuno eterno a la que la creación la había obligado. Ese es el primer bocado del que el mito da noticia, la primera y más transcendental comida que registran las fábulas mediterráneas, la ficción y la tradición gastronómica en la que se fundamenta la cultura hegemónica de occidente. De esa acción soberana, de ese ejercicio de rebeldía natural emanan, teóricas y enérgicas, las disciplinas culinarias y la teología, la legislación y la lingüística, la historia y la zoología, la genética y la erótica, el canibalismo y la taxidermia, Don Quijote y Las Meninas y, como se encargarán de demostrar las artes visuales desde que se ocuparon con afán de darle forma a este suceso, la estética y la arquitectura indisciplinada (figura 1). Morder la manzana, desear lo que no debe ser deseado y hacerse carne con lo prohibido, fue el primer acto verdadera y soberanamente humano. Comer es apetecer, dice hoy en día la artista Marisa Vadillo, evidenciando la persistencia del mordisco paradisíaco, concebido ya no como nutrición disidente sino como acto creativo. Poner la mesa, amasar el pan, morder la manzana, extirpar el corazón, amar sin cautela. Comer con las manos. Comer, incluso, como propuso Jan Švankmajer (1982) en Dimensions of Dialogue, barro ceniciento o metales. Comerse unos a otros con las manos, alimentarse unos de otros con la arcilla primordial de la que estamos formados. Después de desayunar, tras la cópula preceptiva, se pronunció la primera palabra satisfactoria y, tras darle comienzo al léxico, como sistema de defensa contra las agresiones del medioambiente, se fundó la primera ciudad: alrededor de la casa, con la multiplicación de la habitación del lenguaje, se inventó la forma urbana que habría de servir de receptáculo a los actos íntimos (la encarnación, la caricia) y los públicos (el consumo de carne, el encarnizamiento).
1. Una comedia de Manoel de Oliveira
Después de los azulejos que, en una fachada lateral anuncian, con letras mayúsculas vidriadas, “Casa de alienados”, tras un pasillo oscuro que alguien atraviesa a todo lo largo, la cámara muestra, desde lejos, a Eva y Adán desnudos en pie junto al tronco de un gran árbol en el panorama de un jardín doméstico, posando a eje con la cancela abierta en el pretil que separa su propio espacio de representación de aquel que ocupa el doctor en bata que, en compañía de su auxiliar, los observa clínicamente. La película concluirá con el suicido, ahorcado con una cuerda anudada a una lámpara de araña, de este amable psiquiatra. Quien corre y grita por el pasillo hacia la luz del final es Sonia, cogida de la mano de Raskolnikov, acelerada por la urgencia de asomarse a ver el espectáculo de la recreación teatral del pecado original. Así comienza A divina comédia de Manoel de Oliveira (1991), donde doce comensales se sientan a comer en una misma mesa rectangular, cinco a cada lado y uno en cada cabecera1. Uno de ellos es un filósofo, otro un profeta (un fingido evangelista); otro de los protagonistas es Jesús de Nazaret y una de ellas es Eva, aunque después confesará que no es tal, sino que es, que quiere ser santa Teresa de Ávila. Antes de esta última cena (a pesar de que el almuerzo sucede al mediodía y no a la hora de vísperas) en la que se instaura el sacramento de la comunión (uno de los personajes dice que el panecillo que tiene entre las manos es su cuerpo y que el vino que se dispone a beber es su sangre), Eva ha mordido una manzana. Antes de acercarse hasta transformarla en un busto rosáceo, la película la muestra desde lejos, entera, a la derecha, en el momento de asir un fruto que cuelga tentador en la fronda que le queda a la altura del hombro (como en la visión de 1507 de Alberto Durero en el Museo del Prado), y no por encima (como dijo hacia 1550 Tiziano en su Adán y Eva del mismo museo). En primer plano se relata tanto la sonrisa como el primer bocado, el rompimiento de la piel, la masticación inicial y la oferta de la fruta fresca y crujiente al varón que posa, reacio, a su vera. Después de rechazarla, ante la insistencia de Eva, que la aproxima impositiva a su boca, Adán agarra la manzana y la muerde y la saborea, y vuelve a morderla mientras mastica, antes de haberse tragado el primer trozo, y a cada mordisco la corteza se rompe sonoramente y la pulpa se resquebraja (figura 2). Tras varias mordeduras, mientras ella lo contempla y lo deja gozar de su gula, estalla una tormenta, amenizada con relámpagos lisboetas y con truenos atlánticos. Él arroja al suelo la fruta, consciente de que algo se ha quebrado definitivamente. Con motivo de la lluvia, la cámara se gira y pone en evidencia los grupos de espectadores que hay en el seno del manicomio simétrico, dentro de la casa ecléctica de los perturbados, unos mirando en subgrupos parapetados tras las ventanas y otros, vestidos con hábito albino, al pie de una escalera exterior, amparados por un paraguas oscuro. Uno de los enfermeros acude con dos sábanas rojas y va hacia ellos y cubre a los actores del Paraíso, que regresan de inmediato al refugio de la casa. Este es el ángel de la expulsión que, en vez de espada de fuego, porta una sombrilla negra. Nadie se ocupa de los restos de la manzana tirada en el suelo, humedecida por la catástrofe. No se sabe qué ocurre con la fruta mordida y, después abandonada a la putrefacción, a su fétida condición de basura orgánica. Manoel de Oliveira muestra una serpiente común que, solitaria, repta por la hierba del pomar y se aleja, sin interferir con el desecho, hacia el fondo de la pantalla.
Figura 2: Dos fotogramas de la secuencia de Eva (Leonor Silveira) y Adán en el Paraíso [2’20’’ y 2’52’’] de La divina comedia de Manoel de Oliveira (1991).
El comer determina la acción en la realidad y en la fantasía, en la vida matrimonial y en esta divina comedia narrativa y visualmente alejada de Dante Alighieri. Comen desnudos en el campo, en pareja y como animales libidinosos, y comen vestidos y a cubierto, amparados por la arquitectura, en una habitación vidriada con azulejos figurativos, servidos por dóciles camareras, sentadas familiarmente, constituyendo tribus dodecágonas y apostólicas. En el comunal comedor hospitalario, en el refectorio alucinatorio se sientan a la mesa, cubierta con mantel de hilo fino y abastecida con vajilla de porcelana y cristalería de Bohemia: Adán y Eva (que lo rechazará después de haberlo provocado); Cristo antes de la crucifixión y un fariseo rijoso, dispuesto a comerciar con el reino de los cielos; Sonia (la prostituta que interviene bajo la apariencia de María de Medeiros) y la pianista verdadera Maria João Pires, que interpreta tanto la música como a una de las hermanas de Lázaro; un filósofo que, como anticristo, niega toda teofanía, y un evangelista ágrafo que es propietario de un libro en blanco, siendo estos los contrincantes que inician en el ágape la discusión acerca de lo bueno y lo malo; además de Raskolnikov, procedente de Crimen y castigo, asiste uno de los hermanos Karamazov y el Lázaro bíblico (siempre mudo e inseparable de su ataúd), acompañado por Marta, su hermana elocuente. Comen los mitos y comen las pianistas ilustres, los muertos y los resucitados, los especuladores y los personajes de las novelas rusas sacados de su contexto. Todos ingieren algo: una fruta, una idea, un pecado, un trozo de pan, un cuerpo místico o un vino consagrado procedente, como se argumenta en Noé en imágenes. Arquitecturas de la catástrofe, de un primer patriarca que cultiva la parra y, tal y como lo pintó Miguel Ángel Buonarroti en la bóveda de la Capilla Sixtina, se emborracha.
1. Mordedura paradisíaca
Con la mordedura inicial de Eva, con sus dientes primigenios hincándose decididos en la carne ofrecida de la fruta, arrancándole un trozo al cuerpo redondo y sin desollar, comienza la historia de la especie y se le da lugar a una de las alegorías fundacionales de la humanidad. Con esa ingesta (otro sería el relato si ella hubiera escupido aquella materia prima antes de ensimismarse con ella, o si él hubiera descubierto el gusano que, tal vez, la usaba de despensa y la envenenaba, o si la esfera se sustituyera por un plátano), también se le da paso al arte. A la posibilidad faulkneriana del dolor y la nada. Al ser humano como hacedor: obligado, para sobrevivir, a ejercitarse como torpe creador.
A esa, siendo la comida principal del proceso, previa a la caza y al fuego, a la reproducción dolorosa y al trabajo, a las inclemencias meteorológicas y a la violencia animal, se le ha dado escasa importancia. Cultural y científicamente no ocupa aún su posición adecuada en el relato de la caída: ni en la historia natural de la destrucción ni en la historia de la destrucción natural. Las disciplinas artísticas la han considerado, a pesar de lo mucho que significa, un asunto marginal, casi anecdótico: apenas literario. Han discutido los artistas entre ellos, y se ha debatido con virulencia en los concilios, si era una manzana o bien una pera, si una breva (en ciertas traducciones se habla del uso como delantal de las grandes hojas de higuera), o incluso el dátil o la piña de la palmera que María de Nazaret redimirá (como propuso Francisco de Holanda, 2007, en la lámina XVIII de De Aetatibus Mundii Magines), pero se han desatendido las circunstancias, la muesca y el destino del fruto parcialmente consumido. De la fruta carnal y estereotómica que, en algunas ocasiones, es ofrecida a Eva, sujetándola en su boca, por la culebra cornuda (figura 3).
Figura 3: Fragmentos de Eva y Adán recibiendo la fruta procedente de: Lambrecht Hopfer a partir de Alberto Durero. Adán y Eva abrazados en presencia de la serpiente, 1520-50 (Grabado, 168 × 134 mm. British Museum, Londres. Inv: 1845,0809.1503); Dirk Volkertsz Coornhert a partir de Maarten van Heemskerck. Adán y Eva en el Paraíso, 1551 (Grabado al aguafuerte, 250 × 195 mm. British Museum, Londres. Inv: 1949,0709.33).
La fruta puede ser modelada con forma de corazón, identificando así a Eva con Venus, aunándolas a ambas bajo la personificación de la Caridad, cuya figura polisémica a veces se presenta desnuda. Dirk Volkertsz Coornhert en 1551 perfiló a Adán de espaldas y a Eva de frente ofreciéndole, aunque él ya tiene en su mano izquierda una manzana, su corazón frutal, de él brota un pedúnculo como si se tratara de un vaso sanguíneo seccionado de un tajo. Del pezón de la manzana emerge una hoja bilobulada que compite con la que sujeta en el pico, mordiéndola en el tallo, la sierpe erizada de escamas. Eva se apoya en el tronco sinuoso del árbol, con cuyo trazado se hermanan los rizos de su cabello ilimitado, de la larga melena que, sin viento alguno que la impulse, le cubre el pubis lampiño.
Algunos videntes se atrevieron a sugerir que la serpiente primero le ofreció la fruta a Adán y que, cuando firme la rehusó, la criatura infernal se la ofreció a Eva, que la aceptó inmediatamente. Que ella fue la colaboradora, la mediadora e introductora del pecado, es lo que vienen a postular estos autores azuzando a los exégetas (figura 4).
Figura 4: Transfixión de: Anónimo. Adán tentado en presencia de Eva, 1470-1480 (Xilografía, 60 x 54 mm. British Museum, Londres. Inv: 1912,0808.1) en Hans Brosamer. La creación (o Dios bendiciendo el universo), 1550 (Xilografía, 296 x 195 mm. Ilustración del Catecismo de Lutero impreso por Weygand Han. British Museum. Londres. Inv: 1882,0812.363).
Nada dice el texto genésico al respecto: el capítulo tres informa de que cuando comieron el fruto maldito del árbol, del que precisa que estaba situado en el centro (del huerto, del jardín o del bosque, quizá del planeta o del universo entero, al que le serviría de ombligo), los progenitores aún carecían de un nombre propio que los diferenciara. No aclara cuál es la especie del vegetal de la planta, pero sí precisa, como si fuera el dato más relevante, que estaba situada en el centro: exactamente en el centro. En el centro, cabe deducir, no de un polígono cualquiera o de alguna otra forma irregular o de una superficie aberrante, sino de un círculo. La insistencia en proyectar el Paraíso como un lugar centrípeto, o a mostrarlo dentro de una circunferencia (o de sus aproximaciones quebradas, como son el octógono y el hexágono, el decágono o el dodecágono) no es casual. Lucas Cranach el Joven, como ya había sucedido en la Biblia de Koberger (1483) y después haría Hans Brosamer al ilustrar “La creación” en el Catecismo de Lutero (1550), lo imaginó esférico en la Biblia de Lutero impresa por Hans Lufft en Wittenberg en 1535, de modo que Dios lo empollara como si se tratara de un huevo.
La escena de la alimentación inaugural no es, como evidencia con su parquedad el Génesis, una creación literaria sino una invención de las artes plásticas. Es en el arte donde se origina y donde se le da forma al suceso: a la prohibición celestial de comer lo desautorizado y a su traumática transgresión. Es preciso, para conocer esa primera comida, para saber algo de los comensales y de los alimentos que consumieron, rastrear en las imágenes sus comparecencias inaugurales. Mediante un análisis forense de las representaciones se podría, por ejemplo, averiguar el tamaño y las características de la dentadura de Eva: estudiando cómo esta quedó impresa en la fruta sería posible deducir el tamaño de sus dos paletas, la improbable presencia de melladuras y la calidad de su ternura. Estudiar, por ejemplo, con todo detalle la obra de los Cranach y la de Alberto Durero entre los del norte; la del Maestro de la Redención del Prado en la colección de ese museo (donde, al fondo del ala izquierda de su Tríptico, h. 1450, se documenta el momento en el que ella está mordiendo la cáscara roja) (figura 5), y de los pintores toscanos en la proto Italia del Renacimiento, ante de acometer la obra inquietante de René Magritte o la iconografía digital de la empresa Apple.
Figura 5: Recorte y volteo de Eva mordiendo la fruta en presencia de Adán en el ala izquierda de Adán y Eva expulsados del Paraíso del Tríptico de la Redención, h. 1450 (Óleo sobre tabla, 195 x 77 cm. Museo del Prado, Madrid. Inv: P001889) y Recorte de Eva dándole la fruta a Adán en La creación de Eva y la expulsión del Paraíso atribuida a Hans Brosamer, 1541 (Ilustración utilizada en la Biblia de Lutero impresa en Leipzig por Nicolaus Wolra. Xilografía, 256 x 155 mm. British Museum, Londres. Inv: E, 9.141) © autor, 2004.
Allaert Claesz propuso que comer de la manzana de la condenación y beber del pecho de la hermosa hembra, exaltando su naturaleza mamífera, eran acciones afines: que morder y chupar tienen, al igual que el pecho y la fruta, similitudes. Dios, al fin y al cabo, ya la había agarrado del pecho durante su parto (figura 6). Analogías no solo formales. También Hans Baldung y Lambert Suavius lo sugirieron haciendo que el macho entrometiera su mano. Uno hará que palpe la fruta y el pecho al mismo tiempo, otro que se lo acaricie estimulándola a realizar la entrega y otro atenazándoselo desde atrás mientras recoge con la otra mano la pieza incompleta, ya desvirgada por ella (figura 7).
4. Vírgenes nodrizas
Los vínculos entre la fruta y el pecho galáctico, entre la lactancia y la macedonia, tropical tras repercutir en las escenas en las que Eva amamantaba a Caín o a Abel recluida en la intemperie, se establecerán en las vírgenes de la leche que, a partir del gótico, a centenares, hasta que sean censuradas por los conciliados en Trento, le darán el pecho a sus críos mientras estos sujetan una manzana, una pera o un racimo de uvas. Las marías lactantes de Jan Sanders van Hemessen y de Pieter Coecke van Aelst pulsan su pecho a mediados del siglo XVI en los paisajes septentrionales mientras sus hijos palpan una manzana (figura 8).
Figura 8: Fragmentos de: Jan Sanders van Hemessen. Virgen de la humildad, 1544 (Óleo sobre madera, 158 × 114 cm. Nationalmuseum, Estocolmo. Inv: NM 2140) y Pieter Coecke van Aelst. María lactante, mediados s. XVI (Óleo sobre madera, 62,0 × 47,5 cm. Colección particular).
En el extenso catálogo del grabado occidental, que cuenta con muchos más casos ejemplares que el de la pintura al óleo o con témpera, es infrecuente hallar a Eva mordiendo aquella manzana simbólica, que tanto crece en el jardín de las Hespérides como yace a los pies de Atalanta para ralentizar su carrera. Es raro sorprender a Eva ingiriendo su primer alimento, pues hasta ese día, teóricamente, no había necesitado nutrirse para vivir ni, por tanto, había evacuado aún residuos fecales. Hay ocasiones en las que la sujeta próxima a los labios, demorándose un instante antes de ingerirla, paralizada, como si dudara en hacerlo o no. Giacomo Valegio, quien le dibuja pechos adolescentes y divergentes a la serpiente de dulce sonrisa y le marca a Eva el inicio del canal púbico, duplica las manzanas, haciendo que la mujer se doblegue y se dirija, incómoda, hacia ella con la intención de probarla (figura 9). Primero la huele y, una vez embriagada por su aroma, la muerde y la convierte en carne de su carne.
Figura 9: Fragmentos de: Giacomo Valegio a partir de Paolo Farinati. Adán y Eva, 1587 (Grabado, 461 x 308 mm. British Museum, Londres. Inv: 1862.0712.573) y Lucas van Leyden. Adán y Eva, h. 1506 (Grabado, 117 x 87 mm. British Museum, Londres. Inv: 1849,1027.6).
Lo que sí abunda entre las páginas más sugestivas del inventario de imágenes de la primera comida es el momento de la entrega: el de la serpiente a ella y, en mayor número de ocasiones, el de ella a él. A ese instante del contagio al que la teología convencional denomina unas veces tentación y, otras, pecado original o caída del hombre. A veces, incluso, Eva sostiene una manzana en cada una de sus manos: una que la recibe de la criatura demoniaca y otra que se la dona (habría que colegir que, por afecto, por complicidad, debido al desconsuelo de su soledad) a su cónyuge. Lucas van Leyden sugiere que no comieron de la misma manzana: que cada uno mordió la suya, si bien fue ella la que recolectó ambas. Al macho, en ningún caso se le atribuye la iniciativa.
Israhel van Meckenem dibujó a Eva en el acto de llevarse el alimento a la boca, pero no incluyó en la imagen la fruta pletórica: la mano está vacía, abierta como si ocultara una sonrisa, o como si se dispusiera a estrechársela a su compañero después de haberse lamido la palma (figura 10). La lengua es otra ausencia. No hay lengua ni hay lenguaje. La boca de la virgen acostumbra a estar cerrada, sellada, aunque solo a través de su abertura puede cometerse el pecado. Predomina el silencio, lo callado, tal vez para que el grito de la expulsión resuene con más claridad, informando de que la voz, el verbo, la comunicación solo es necesaria afuera, detrás y después.
Rembrandt sustituye a la serpiente por un dragón, al reptil por un animal volador que, siniestro, le hace sombra a Eva en el momento en el que Adán intenta postergar la condena: retrasar, ya que no podrá impedirlo, la mordedura de la manzana. Con su gesto, le advierte a su pareja de los riesgos que asumen al violar la prohibición. Procura infructuosamente impedir la ingesta de la fruta. Con la primera comida comienzan las desgracias, el ayuno del viernes y el asado del cordero pascual, la transustanciación del pan y la maldición del cerdo y la esterilidad de la higuera. En una capilla de la catedral de Bolonia Satanás devora a los pecadores, tragándoselos enteros, y en el libro de Jonás un cetáceo se bebe a un profeta que se resiste a proclamar en Nínive amenazas. Ese mismo profeta será castigado por una cucurbitácea que luego colgará hueca de la celda de san Jerónimo, por las mismas razones injustas que conducirán a Noé, emborrachado con el primer vino, a maldecir a uno de sus tres hijos.
Figura 10: Fragmentos de: Israhel van Meckenem. Adán y Eva, h. 1460-1500 (Grabado, 68 x 45 mm. British Museum, Londres. Inv: 1850,0223.1) y Rembrandt. Adán y Eva, 1638 (Grabado, 162 x 116 mm. British Museum, Londres. Inv: F,4.40)
Lo que sí abunda entre las páginas más sugestivas del inventario de imágenes de la primera comida es el momento de la entrega: el de la serpiente a ella y, en mayor número de ocasiones, el de ella a él. A ese instante del contagio al que la teología convencional denomina unas veces tentación y, otras, pecado original o caída del hombre. A veces, incluso, Eva sostiene una manzana en cada una de sus manos: una que la recibe de la criatura demoniaca y otra que se la dona (habría que colegir que, por afecto, por complicidad, debido al desconsuelo de su soledad) a su cónyuge. Lucas van Leyden sugiere que no comieron de la misma manzana: que cada uno mordió la suya, si bien fue ella la que recolectó ambas. Al macho, en ningún caso se le atribuye la iniciativa.
Israhel van Meckenem dibujó a Eva en el acto de llevarse el alimento a la boca, pero no incluyó en la imagen la fruta pletórica: la mano está vacía, abierta como si ocultara una sonrisa, o como si se dispusiera a estrechársela a su compañero después de haberse lamido la palma (figura 10). La lengua es otra ausencia. No hay lengua ni hay lenguaje. La boca de la virgen acostumbra a estar cerrada, sellada, aunque solo a través de su abertura puede cometerse el pecado. Predomina el silencio, lo callado, tal vez para que el grito de la expulsión resuene con más claridad, informando de que la voz, el verbo, la comunicación solo es necesaria afuera, detrás y después.
Rembrandt sustituye a la serpiente por un dragón, al reptil por un animal volador que, siniestro, le hace sombra a Eva en el momento en el que Adán intenta postergar la condena: retrasar, ya que no podrá impedirlo, la mordedura de la manzana. Con su gesto, le advierte a su pareja de los riesgos que asumen al violar la prohibición. Procura infructuosamente impedir la ingesta de la fruta. Con la primera comida comienzan las desgracias, el ayuno del viernes y el asado del cordero pascual, la transustanciación del pan y la maldición del cerdo y la esterilidad de la higuera. En una capilla de la catedral de Bolonia Satanás devora a los pecadores, tragándoselos enteros, y en el libro de Jonás un cetáceo se bebe a un profeta que se resiste a proclamar en Nínive amenazas. Ese mismo profeta será castigado por una cucurbitácea que luego colgará hueca de la celda de san Jerónimo, por las mismas razones injustas que conducirán a Noé, emborrachado con el primer vino, a maldecir a uno de sus tres hijos.
Las vírgenes nodrizas, las marías amamantadoras tanto de críos rollizos como de monjes con ambición de sabiduría, así como las madonas de la uva y las de la sopa, y todas aquellas que comparten retablo o capilla con las últimas cenas, con el maná del desierto o con las plagas provocadoras de hambrunas egipcias, tienen su origen en ese fruto primero que tenía el tamaño de un puño.
4. Marisa Vadillo, frugívora y púbica
«durante los lascivos días de la ilusión»
Eça de Queirós. Adán y Eva en el Paraíso, 1897
No era suficiente con que Eva recolectara la fruta: con que la arrancara del árbol y la mirara deseándola mientras su boca salivaba y su vulva se humedeciera; con que la lamiera con su lengua lubrificada por la espuma y le hincara los dientes incisivos, aun sin caninos y ajenos a la caries. Era necesario que, tras morderla, le desgajara un fragmento y que lo masticara desmenuzándolo y extrayéndole los jugos, y que después se lo tragara y lo disolviera en su vientre. Hasta que no comenzó a absorberla y a ensimismarse con ella, después de que sus papilas gustativas supieran de su dulzor, hasta que su sangre no se contaminó con su presencia, dicen los exégetas más transigentes que no hubo pecado. Que hasta ese instante fue pura. La mordedura y la ingesta, la destrucción y la digestión, fueron los actos cruciales. Los artistas (incluido Marcel Duchamp con reloj al lado de Bronia Perlmutter fotografiados por Man Ray)2 se han resistido a evidenciar a Eva con la manzana en la boca. Cuando la mordía en el Paraíso al amparo del árbol, transformado en arquitectura. Evitan la representación de la imagen en el dormitorio virginal (aguardó para yacer con el varón a ser expulsada del Edén) pero se han recreado con este suceso en el relato de la Inmaculada Concepción: aquel que detalla el proceso de injerto del cigoto, o del feto del que procede María de Nazaret, en el vientre de la que le sirvió de madre gestatoria. En la propuesta de un mecanismo de concepción sin pecado de la que sería progenitora de Cristo en el útero de Ana, sin la intervención conyugal de Joaquín. Quien en algunas inmaculadas muerde la manzana no es aquella adolescente sino la serpiente que simboliza tanto a Eva como a la criatura demoniaca que la tentó en el lugar en el que todo tuvo origen. Es la serpiente, el dragón, la bestia, el reptil pestilente quien sujeta la fruta en sus fauces a los pies de María, enredada en los angelotes ingrávidos, aprisionada en los cuernos de la luna aeronáutica sobre la que desciende María desde los cielos divinos hasta la carne deprimida y cavernosa de Ana. Marisa Vadillo (2023) también aludió a algo relacionado con esta metáfora en su Retablo de las ausencias de 2014, compuesto alrededor de una Inmaculada concepción de Acisclo Antonio Palomino y Velasco: de la pintada hacia 1712 con óleo sobre un lienzo de casi dos metros de altura que se exhibe en Córdoba cedida por el Museo Nacional del Prado (figura 11). Marisa, cautelosa, precavida, la cerca con cinco lienzos, en dos de los cuales se ven células madre albugíneas y agigantadas por el microscopio mientras que, en otro, centrado, destaca un sujetador bermejo compuesto, con sus acogedoras copas de encaje mostradas por el lado convexo, ofrecido como una naturaleza muerta, yaciendo junto al amarillo de unos plátanos embolsados3. Es hacia allí hacia donde levanta la cabeza y mira absorta la niña acosada por cupidos angelicales, con su cuello tan largo (adoptado de Parmigianino) y su fluida melena dorada, soportando el lastre de su densas vestiduras, especulando, inducida por la adicción de la fingidamente devota artista cordobesa, con si en vez de manzanas hubieran sido dulces bananas las frutas paradisíacas.
La culebra perruna de Palomino muerde, agazapada en su rincón, indiferente a los cinco putti inferiores, su manzana alusiva. Hay en la naturaleza, enroscadas en los árboles, serpientes comedoras de fruta. Hay, secuaces de la del Paraíso, serpientes vegetarianas, frugívoras, mordedoras de manzanas lozanas, sin falta ni podredura, flotadoras a los pies de las vírgenes inmaculadas que van a ser concebidas sin mancha en los úteros de las ancianas que se creían estériles, amenazadas por niños voladores que, desnudos e impúdicos, que acrobáticos y fieros, sujetan palmas, espejos, flores (azucenas, lirios, mirto) o tarros con esencias. Marisa Vadillo (2023) también dibuja estas flores castísimas con lápiz, en papeles que después enrolla, y las pinta invertidas, submarinas, con sus corolas sumergidas en el agua de los jarrones transparentes, en lienzos reivindicativos que tienen fondos oscuros. Además de pintar la flora mariana la fotografía y la arruga, y también retrata, troceándola, a Eva. En uno de sus fragmentos se adivina un pubis escultórico debajo de un triángulo de chupetes (figura 12). Seis chupetes infantiles que ocultan su pezón plástico cubriendo los labios inguinales de la doncella que les sirve de recipiente. Seis pedúnculos que son buscados por la boca que cierran los muslos al juntarse. Marisa Vadillo (2023) quizá quiera hablar de la maternidad o de la crianza o, quién sabe, de los vínculos entre los genitales y el pecho, o de los triángulos que forman, como si se tratara de constelaciones epidérmicas, las líneas que unen sus lunares ventrales. O de la vulva como objetivo de la lengua, o de la función consoladora de las tetinas. Quizá de que cada una de ellas es el dedo de una mano con polidactilia y, por tanto, de los beneficios de la masturbación disciplinada. Tanto de lo que le espera al neonato al asomar al mundo la cabeza como de la duplicidad bucal de la que hablaba Giovanni de Módena en su Infierno (1410) boloñés. Aunque de lo que realmente escribe Marisa cuando abre uves, al igual que las Venus capitolinas con sus manos púdicas, es del primer alimento, del primer bocado, de la primera y traumática comida. De la lengua, de la boca y el cuerpo que ocupan lugar. Conviene recordar que la profesora retrospectiva de la Bauhaus es especialista en la producción de bocadillos de lencería: en rellenar barras de pan candeal con bragas de diferentes sabores y variadas texturas; y en almacenar en su frigorífico, usados como estanterías, al lado de los huevos frescos y los zumos, corbatas y sostenes, libros y zapatos, y tampones por estrenar que posan, horizontales bajo las barras de labios bermejas, junto a grandes y apetitosas manzanas. Al fin y al cabo, Marisa Vadillo (2023) construye, no siempre voluntaria y consciente, bodegones alternativos en los que no hay peces: paisajes alimentarios a los que los extranjeros denominan foodscapes (Bou Maqueda, 2023) que remiten, por caminos siempre espirales, al gen: al génesis, a los genitales y al género. Procesos nutritivos que proceden del apetito de aquella Eva arquitecta que transformó en hogar el Árbol de la ciencia. Porque Eça de Queirós, citando a Usserius, afirmó que: «Adán, padre de todos los hombres, fue creado el día 28 de octubre a las dos de la tarde» (Eça de Queirós, 2011, p. 17)4. Se concluye afirmando, una vez realizados los cálculos pertinentes, auxiliados por las hipótesis cronológicas de Isidoro de Sevilla (2000) en Originum sive Etymologiarum (643), y por las cartas astrales con las que Fernando Pessoa les dio consistencia a sus heterónimos, que Eva (a la que el portugués septentrional llamó Madre venerable) mordió la manzana como si se clavara un anzuelo en el cielo del paladar, un 30 de mayo a las once de mañana.
Figura 11: Altar de Acisclo Antonio Palomino y Velasco. Inmaculada concepción, h. 1712 (Óleo sobre lienzo, 193 × 137 cm. Museo del Prado-Museo de Bellas Artes, Córdoba. Inv: P001026) sobre predela inguinal de bocadillos embragados del Menú del día de Marisa Vadillo, 2010 © autor, 2024
Figura 12: Políptico de paisajes púbicos, evanescentes y venéreos, a propósito de Identidades (Imposiciones) de Marisa Vadillo, 2014 © autor, 2024
Referencias
Agamben, G. (2011). Desnudez. Anagrama.
Bou Maqueda, E. (2023). Saber y sabor: escritura y comida. Acerca de los paisajes alimentarios (foodscapes) ibéricos. Iberoamericana.
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Pie de página
1 A divina comédia se rodó íntegramente en la Herdade de Rio Frio, una finca agrícola situada cerca de Montijo y de Palmela, en la fregesía Pinhal Novo. Las escenas de interior se filmaron dentro del denominado Palácio de Rio Frio, edificio que fue encargado por Antonio Santos Jorge al arquitecto José Luís Monteiro (1848-1942), y que comenzó a ser construido hacia 1912, amenizado con azulejos de Jorge Colaço. A partir de 1974, la explotación fue gestionada por el ingeniero José Lupi, hijo del promotor, que la prestó al director como localización. (Volver al texto)
2 Man Ray. Marcel Duchamp y Bronia Perlmutter como Adán y Eva, 1924. Negativo de gelatina de plata sobre placa de vidrio, 12 x 9 cm. Centre Pompidou, París. Inv: AM 1994-393. (1489)https://www.centrepompidou.fr/es/ressources/oeuvre/cej7dkq (Volver al texto)
3 https://www.marisavadillo.es/work.html (Volver al texto)
4 Según la traducción de J. S. Cárdenas en la edición cacereña: Eça de Queirós, J. M. (2011). Adán y Eva en el Paraíso [1897]. Periférica. (Volver al texto)
José Joaquín Parra Bañón
José Joaquín Parra Bañón es autor de los ensayos titulados: Noé en imágenes. Arquitecturas de la catástrofe (2022); Pies de foto para arquitecturas descalzas (2021); Arquitectura de la melancolía. Sobre la melarquía proyectiva y el genio creativo (2019); El oído melancólico. Expresión e imágenes de la acufenolipemanía (2018); Arquitecturas terminales. Teoría y práctica de la destrucción (2009); Bárbara arquitectura bárbara, virgen y mártir (2007) y Pensamento arquitectónico na obra de José Saramago. Acerca da arquitectura da casa [2004]. Es arquitecto y profesor en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura y en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Sevilla.
EL PRIMER BOCADO
Eva, fruta, boca, hogar, pubis, culebra, Marisa V
José Joaquín Parra-Bañón
Universidad de Sevilla
jjpb@us.es
DOI: 10.30827/sobre.v11i.31116
Citar como: Parra-Bañón, José Joaquín. 2025. “El primer bocado: Eva, fruta, boca, hogar, pubis, culebra, Marisa V”. SOBRE 11.
https://doi.org/10.30827/sobre.v11i.31116
Cite as: Parra-Bañón, José Joaquín. «The First Bite: Eve, Fruit, Mouth, Home, Pubis, Snake, Marisa V”. SOBRE 11. https://doi.org/10.30827/sobre.v11i.31116